He elegido uno de los temas que me han interesado
sobremanera en los últimos años, por incidir de forma directa en mi campo de
trabajo: el de la “defensa de la filosofía” ante las iniciativas encaminadas a
desaparecerla de la currícula escolar de la educación media superior o, por lo
menos, convertirla en una serie de habilidades útiles para otros contenidos,
diluyendo así su peso como una materia de tipo tanto formativo como informativo.
En Europa y América, estas iniciativas han sido
reflejadas ya en no pocas ocasiones en reformas a los planes de estudio,
consistentes tanto en la reducción de las horas clase dedicadas a la
impartición de asignaturas filosóficas como a la reelaboración de los objetivos
de las mismas, pasando de tener un contenido genuinamente independiente a ser
una mera auxiliar en la comprensión de las otras materias. La filosofía, según
este último enfoque, estaría repartida en forma de habilidades a lo largo de
los programas de estudio. “Competencia transversal” ha sido uno de los eufemismos
favoritos de los estrategas educativos encargados de llevar esto a cabo.
Opino que defender a la filosofía es una postura
avalada tanto por la razón como por el sentido común. El empobrecimiento
personal y social al que se nos expone al retirarla de los niveles educativos
donde tradicionalmente ha tenido un lugar preponderante, es tanto
injustificable como imperdonable.
Recuerdo hace tiempo haber sostenido que era
importante averiguar por qué se había llegado a estas instancias, en qué
momento permitimos que los encargados de las políticas educativas llegaran a
pensar que la filosofía era prescindible, al menos como se había considerado
hasta entonces. Yo conjeturaba que caer en las teorías de la conspiración era
algo natural hasta cierto punto, pero injustificado, es decir, tiene cierto
sentido suponer que hay una intención detrás de todo esto, que alguien se
beneficia con su desaparición. Pero también, siendo consecuentes con las
enseñanzas de la filosofía, se impone la autocrítica, es nuestra inacción la
que ha, en parte al menos, permitido que esto pase. No hay una adecuada divulgación
de los objetivos, métodos y consecuencias de la reflexión filosófica, los
filósofos deberíamos ser los principales vínculos entre nuestro saber y la
sociedad, y no lo somos. La ciencia es un ejemplo de saber que ha tomado
consciencia de la importancia de la buena divulgación, logra informar, e
incluso interesar genuinamente a las personas.
He dado recientemente con una discusión que
indirectamente tiene que ver con lo que he dicho antes y que se divide en dos
posturas: la primera se puede enunciar de la siguiente manera:
1. Si
bien la filosofía debe ser defendida, no es correcto recurrir a argumentos cuestionables
como: “La formación humanística es un pilar de la democracia” o “El
conocimiento de las humanidades contribuye a nuestra realización como persona”,
entre otras. La segunda postura es:
2. Los
valores que promueve la filosofía efectivamente hacen una valoración de las
formas de gobierno, entre ellas, de la democracia que sale fortalecida cuando
se le analiza filosóficamente y las humanidades, entre las que se encuentra a
la cabeza la filosofía, permite a sus exponentes ser reconocidos como ejemplos
a seguir en más de un aspecto.
Jesús Zamora Bonilla |
La primera postura es sostenida por un filósofo
español muy importante llamado Jesús Zamora Bonilla, quien encendió la polémica
con un escrito publicado por el diario El País titulado “Cómo no defender a las humanidades”. La segunda postura ha sido asumida por más exponentes, entre los
que se encuentra otro importante filósofo español: Fernando Broncano en un
texto publicado en su perfil de Facebook que lleva por título: “Cómo defender las humanidades”.
Me permito mencionar que yo estoy más de acuerdo con
el primero. No hace falta recurrir a argumentos poco claros para defender a la
filosofía, habría que poner énfasis en las cualidades de pensamiento que
promueve y que son relevantes para el desarrollo de los individuos en las
sociedades contemporáneas, tales como el pensamiento crítico y creativo, las
habilidades argumentativas formales e informales, etcétera.